22 de diciembre de 2011

La Navidad en el 2011


Viene a visitarnos la Navidad con sus visitas y empachos.

Dos mil once nos hace un guiño,
Sonríe y nos invita a un vino
De su mano abierta desbordan los turrones
Mantecados, piñones, alfajores,

Roscos y por supuesto, polvorones.

Quisiera regalar bonitos recuerdos de Navidad
Enviarte por el éter un puñado de traviesas sonrisas
A lomos de hálitos divertidos,
Esos que nos quedan
Tras las más sonoras carcajadas,                      
Aquellas que te obligan
A sujetarte los ijares
Que son los lugares
Por donde se reflejan las risas






Voy a entregarte abrazos con cosquillas
Y un polvorón que debes trasegar

Con una copita de buen licor, sin abusar.

No es por obligación, pero aligera el cuerpo un poco,
Entregándote sin reparos a los dispendios del alborozo,
Derrochar contento, ser jocundo y divertido. Es, un puro gozo

Chipén, bullicio, hilaridad
Que nos oigan los mercados
Que no agoten la esperanza
Que se reflejen en tus ojos
Mi risa
Y en los míos
La tuya.

Dos mil once se va. ¡Viva el dos mil doce!










15 de diciembre de 2011

Discusión

Según se mira a mano izquierda podemos apreciar la silueta de un risco. Justo en la mitad de la ladera, de por sí bastante pelada, atisbamos una mancha verde que por deducción sospechamos masa arbórea.
En la lejanía nos imaginamos estar viendo la silueta, la imagen, la caprichosa forma que la foresta ha formado:
-- “Una tortuga ninja agarrada a la roca con el cuello bien estirado, intentando con su pico llegar a la cima del risco, y con ello izarse hasta coronar la cumbre. Lleva múltiples días en la misma posición y no sé si aguantará mucho más. Si conseguirá subir, o perdidas las fuerzas, caer ladera abajo deslizándose sobre su vientre hasta vararse en el valle.”
-- “ No. Una rana aplastada y por eso no se mueve. Una rana arrastrada por un temporal y que fue a parar allí, y que tras el batacazo, no tiene el cuerpo como para andar moviéndose, ni mucho ni poco. Por ello, se queda ahí pasmado, como diciéndose: <>”. (Desconocemos su sexo, y por eso cambiamos de genero gramatical a conveniencia).
De todos es bien sabido que el tiempo es efímero, es más, tiene la peculariedad de discurrir según especies, quiero decir que, según tu idiosincrasia, notas el paso del tiempo de manera diferente, abundando, de forma harto dispar, o sea, al albur de cada uno.
Hete aquí que no tenemos manera de saber si para ella han pasado unos minutos desde la caída, o si por el contrario se sabe espanzurrado desde hace años, (el rano-rana).
Los discutiéntes en todo caso llevamos observando el fenómeno desde hace unas semanas y no podemos elucubrar mas allá de ese lapso de tiempo, sin incurrir en una falta de rigor científico. 
Como es de todos conocido, sobre gustos no hay nada escrito. Por preferir, nos decantamos hacia la forma quelonia y en particular a la modernamente conocida como tortuga ninja. Nos la imaginamos reponiendo energías para el definitivo asalto a la cumbre del pico y con ello pasar a las efemérides como el primer galápago escalador del universo mundial.
La rana, al contrario, la vemos más como reponiéndose para dar el salto de vuelta a su charca, y no como la conquistadora de elevadas montañas, pues dada su constitución más proclive al salto que  a la escalada; para qué iba hacerlo. ¡Para qué escalar montes sí puede saltarlos!. ¿Eh?.
En definitiva: Hemos decido preguntar en el herbolario sobre los efectos secundarios de la tisana que estamos tomando.

22 de noviembre de 2011

Polvo

Sentados al borde de la alacena, con los diminutos pies colgando, observan sonriendo el trajín de los titanes.
Bajo su irónica mirada, los gigantes realizan ímprobos trabajos en sus cotidianos quehaceres: aireando tapetes, sacudiendo alfombras, puliendo suelos, (aspirar, abrillantar, fregar)..., recogiendo las inmundicias generadas en su deambular exagerado de gestos conspicuos y pesadas formas. Los volúmenes densos de esas gentes, imponentes por su tamaño, desplazan el polvo y las pelusas junto con otros restos a bolsas específicas donde lo vierten todo, y con ellas, cuando su contenido rebosa, lo llevan hasta otros contenedores al uso. (Contenedores para desperdicios que otros hércules recogen con sus máquinas de metal y veloces se alejan como si temieran que les robaran  sus asquerosas mercancías).
Más tarde lo vierten en grandes descampados, enormes lugares, donde aplastados y removidos desperdicios, cubiertos con ligeras capas de tierra, reposan hasta que el viento o la brisa deciden salir de paseo. Entonces, vuelven en suspensión a recorrer el camino que las apartó de su residencia, al mismo lugar del que fueron barridas.
Las partículas de polvo en suspensión en poco tiempo se depositan en los mismos lugares, y satisfechas, esperan a ser removidas por los colosos que las quieren arrojar de su lado.  Eternamente los hombres consienten en ser condenados a repetir el mismo gesto, la misma rutina, por mor de una supuesta limpieza que piensan les tonifica.
Y siempre vuelven, las partículas, a ocupar el espacio que ha poco ocupaban y del que son siempre removidas, una y otra vez.
Sentados, sentadas, saltando, bailando sobre sus diminutos pies en el quicio de la puerta, volando desde la alacena al taburete.
Cabalgando felices a lomos de una molécula de aire. Jugando a escondidas con los mortales. Suavemente recogidos por trapos amarillos. Sacudidos desde una ventana abierta por donde volverán a entrar a trompicones, o con la parsimonia elegante de las veteranas partículas en suspensión, que se conocen imprescindibles, inevitables.
Sonriendo.
Entra el Polvo.
¡Este polvo¡

4 de noviembre de 2011

Farola

            Debajo de una muy alta farola en los confines de la ciudad, una figura de apariencia humana permanece sedente bajo su haz. El vacío circunda un espacio, por otro lado silencioso. Hay destellos sobre el asfalto húmedo.
            Recién pasó la regadera motorizada limpiando la ciudad de excrementos caninos.
            Se oye a lo lejos el repiqueteo producido por unos pasos encaramados sobre tacones a la moda.
Según, se oyen los pasos en dirección. La figura sedente se incorpora lentamente con ademanes tensos, pero elásticos.
El extraño perfil diluido por la lejanía otea el horizonte, ahora, semeja olfatear el aire que le circunda. Ante el sonido yergue su cabeza y sus orejas parecen afilarse puntiagudas, afines a los de las musarañas, pero éstas son las de un mamífero de ciudad.
            Claramente se oyen unos tacones finos acercarse a la farola, en los confines de la ciudad, tras una pausa,  los pasos continúan decididos. Diría  presurosos.
            La erguida figura rodea la farola con su mano reposando en el mástil. Da una vuelta, se para, otra vuelta, he contado ocho, y cada vez  parece diluirse un poco más bajo la luz anaranjada que desciende de la farola. Tras el giro de la novena vuelta, desaparece.
            Desde lejos un hombre muy maquillado se acerca a la farola, camina entre ellas siguiendo el sendero de la luminaria.
            Desde el alfeizar de mi ventana presiento el peligro. Ni mi voz, ni mis aspavientos consiguen traspasar la distancia.
            Ahora,  bajo el claror,  el viandante se lleva las manos al cuello, intentado apartar un imaginario garrote. Se le ve boquear en un vano intento de atrapar un hálito  de aire respirable. Poco a poco va perdiendo fuerzas hasta caer inerte a los pies de la farola. Lánguido caer de un cuerpo hasta el cemento de la acera.
            Morosamente, un haz  de luz cubre toda su extensión, y paulatinamente se difumina el cadáver cubierto por capas de un visillo de claridad. Ante mis ojos desaparecen los restos. Se pierde.
            De nuevo se ve una figura sedente, de apariencia humana, bajo el esplendor de una muy, muy alta farola, en una de esas urbes tan modernas.

18 de octubre de 2011

EL NOGAL QUE DABA MANZANAS


El viento nos trae aromas frescos
Desde el pequeño río,
Cercano al camino,
Con destino al pueblo,
Donde muere el arco Iris.
+++
Las sombras inquietas,
Se mueven al ritmo
De ramas agitadas
Por la suave brisa,
 O sacudidas
Por un recio viento.
En la cercana arboleda,
Próxima al pueblo,
Donde nace el arco Iris.
+++
El caldero con las monedas
Doradas, rellenas de chocolate.
Niños, adultos, viejos.
Al final del arco Iris
Con los labios manchados
De dulce chocolate.
+++
Campos de cebada segada
Campos de flores heliotrópicas.
Campos de girasoles
La cebada segada.
Vías de un tren
Y el sol despidiéndose.

El sol se esconde esta tarde
Pintando de violetas
El horizonte.

+++

Un arpa de acero sostiene el último puente de hormigón.
Lejos estamos
Del Nogal que frutaba manzanas.

+++
Bustarviejo -  Valdesaz - Bustarviejo

5 de octubre de 2011

Rosa sonríe



ROSA

Recuerdo a Rosi desde mi bautismo, asomada con su sonrisa dándome la bienvenida.
Estaba pulcro y repolludo con mi traje de cristianar y un gorrito para proteger la cabeza. Iba en brazos de mis padrinos, a la sazón mis hermanos, uno de cada sexo, como manda la tradición que sean los padrinos.
Recuerdo también un cierto número de gente que, más tarde me enteré, eran amigos y pertenecientes a una rondalla de esas que tocaban canciones populares en la época de los coros y danzas.
Mis intereses por aquellos tiempos no pasaban más allá de dormir y comer, por lo que no puedo ser muy exhaustivo en los pormenores, aparte claro,  de la sonrisa de bienvenida, porque agrada que te reciban amablemente.
Transcurridos unos años de los que no tengo noción, supongo que es imposible recordar toda la infancia por muy memorioso que se sea, la siguiente imagen que recuerdo es la de mi madre encasquetándome un sombrerito tirolés frente al espejo, maqueándome convenientemente para la boda de mi hermano y Rosi.
Eran tiempos duros en los que podía faltar algún progenitor que se solucionaba con la mejor voluntad. Así que mi Padre, fue de padrino de boda aunque no le correspondiera, del brazo de su nuera. Esto lo puedo afirmar porqué recibí las explicaciones oportunas, tampoco es que tuviera especial interés, pero se me quedó grabado.
Contaba, que les vi, a mi Padre y a Rosa, de blanco y tul, camino del altar donde les esperaba mi hermano. Padre muy ufano y orgulloso, Rosi con una sonrisa entre la timidez y la alegría.
Como más tarde colegí fue la primera reunión no oficial del club de los sufridos en pleno: familiares y amigos.
Y el convite. En los famosos salones, de los que no recuerdo el nombre, pero que seguro eran famosos, nos amontonamos en mesas en las que tenía reservado un lugar en la principal, donde los novios, al lado de mi hermana.
Y entre plato y plato, exclamaciones y vítores, llegó el momento de la tarta con helado. A mí lo de la tarta no me hacía tilín, pero el alborozo general molaba y probé el helado.
Es mi primer recuerdo de comer helado, y lo que me gustó aquello.
Así que hasta ahora llevamos sonrisas y un helado. Para mí que son recuerdos dulces.
De vuelta de la emigración a Suiza les dió un arrebato (tampoco voy a entrar en ello) y trajeron al mundo a una sobrina, lo de que fuera su primer hijo es secundario, lo importante es que fui tío por primera vez, mas tarde repetiría como tío majete.
Por mor de hacerme el interesante casqué lo de que “feo es el bebe” recibiendo la reprobación generalizada y a la que Rosi no dio importancia. En eso siempre ha sido y es única.
Han pasado algunos años y cuando quise ejercer de tío y pasaba a por mis sobrinos, mi cuñada me tenía preparado un plato de croquetas, y vivían en Alcorcón, lo que puede dar pie a todo tipo de similitudes chistosas.
Ahora, cuando las canas clarean mi barba, la veo acompañada de sus nietas, como sí el tiempo no importara nada,  enseñando sonrisas, regalándonos motivos para reír. 
Y me siento agradecido. 

5 de julio de 2011

DIARIO DE UN TALIBAN: JULIO 2011

La primera acepción de estudiante según nuestra venerable RAE, “Que estudia” y se queda tan pancho, claro con todo su prestigio cualquiera le achanta.


Para talibán nos dice que es alguien perteneciente a una milicia muysulmana.

La palabra en su origen denomina, quiero decir en su idioma, se refiere a los estudiantes del Coran, con perdón.

En el idioma en el que escribo cuando me encuentro con un estudiante de la cosa divina o res divina, le digo teólogo. ¡Y no se lo toma a mal!

-- (Aquí ínter nos, no entiendo como no se rebota)

-- En la tele han salido algunos, lo que es prueba fehaciente de que existir, existen. Normalmente se dedican a enseñar a otros, las cosas de lo alto o muyalto. Compaginan su labor con la pertenencia a una orden religiosa y se les tiene cierta consideración por lo abstruso de sus estudios.

Yo, que tengo mi punto rarito, le doy con relativa frecuencia a la relectura de las tiras, maravillosas tiras de Quino.

Deduzco que yo también soy estudiante.

¡Eh!. Aficionado. Esto mío no es en plan profesional, que conste.

Indignado y cabizbajo sigo por el mundo.

Y pago impuestos. Y no sé, en que se lo gastan, me gustaría que hubiera varias casillas en la declaración con opciones tipo obras de carácter social, educación, sanidad y al marcarlas derivar la parte de mis impuestos a esos gastos, y no a otros.

Y eso sería democracia, poder decidir a donde va mi dinero.

Me doy cuenta de que soy un caso perdido.

Mafalda se apodero de mí y solo digo utopías

Y por mucho que se empeñen, prefiero un cercanías a un tren de largo recorrido.

30 de junio de 2011

Consejos a don Miguel: Taller de escritura

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme,
no ha mucho que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero,
adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.

Espera, espera, antes de seguir, mira que este comienzo es un poco flojo Miguel. Tienes que conseguir atraer la atención del lector en las primeras líneas, fijarlo a tu texto, agarrarlo mismamente de sus partes lectoras y no soltarlo ni dormido.
Date cuenta, dices lugar, y a quién le importa, si al menos fuera la villa y corte, o la capital de un imperio de exótico nombre. Samarcanda, ése, ése es un buen nombre, te sugiere de entrada aventuras, perfumes de azahar, con velos y tules sobre la piel de la bella sarracena. Puedes empezar así “En la ciudad de Samarcanda”, ves cómo sólo su pronunciación nos envuelve en halos de misterio, en las magias de los tiempos pretéritos. Venga, no seas zote, y reconsidera la verdadera historia de las cosas acaecidas al afamado caballero Alonso.
Por fin le apelas Alonso a tu protagonista, bueno no importa mucho, siempre que le consigas un sobrenombre pinturero y de fácil retentiva; me place ese de  “La Triste Figura”,  seguro que será por penas de amores, pues es de sobra conocido que no hay dama sin caballero, o viceversa, que tanto monta… y eso no te lo pueden censurar pues anda por ahí en el blasón de nuestros reyes.
En cuanto a la época, te recomiendo que lo dilates hacia atrás, o que tus personajes no sean asimilables a otros de nuestro entorno, no anda el horno presto para bollos, y los letrados en derecho, deseosos andan de empezar litigios a la mínima provocación, sospecha o atisbo de pingüe beneficio, por ello, asegúrate de no mencionar  nada relacionado con Fulanitez, ni con  Mengano, estos se ven impelidos por su propia personalidad a estar en todos los mentideros, en boca de todos, para bien y para mal, frecuentadores de escándalos, incitadores de francachelas,  auténticos animadores culturales, llegado el caso.
Y te viene bien que sea retrospectivo pues, la lanza colgada y el escudo de cuero evidentemente corresponden con momentos históricos acaecidos en lugares añorados por la nebulosa del tiempo indefinido, y es que no se estila en los tiempos que corren los cueros, por recios que éstos sean, para frenar las bolas disparadas por algún arcabucero turco. Qué te voy a contar que vos no hayáis sufrido en propias carnes, ¡Pardiez!.
Del rocín flaco, al que podríamos definir mejor como enjuto, prieto de carnes, escaso en sebos, veloz, resistente, valiente y dócil en sus manos, pero zunao para todo aquel otro osado caballero que a su grupa pretenda izarse, sin el plácet visible del Triste  tuyo.
Cuidado con las intertextualidades, no caigas  en semejanzas palpables con el caballero de Leonís, pues su dilatada carrera, su amplia difusión por aquí, o allende las fronteras, le hicieron famoso, y a su autor renombrado, aunque ahora no caiga, no me salga su nombre. Supongo, son los años que atestiguan las profundas arrugas impresas en la curtida piel de mi visaje, y que repercuten también en los vacíos que vislumbro entre mis entendederas, momentos duros, para el que otrora confió en la segura neurona, guarnecida ella en la testa, ahora  alopécica, otrora frondosa, sedosa, causante de algún vahído, de algún desvarío, en fin, ¡Ay!
Perdona que te diga, pero lo del perro, a qué viene, y en las primeras líneas. ¿Le vas a dar algún tipo de protagonismo, tiene alguna habilidad esencial para su amo, es que éste se alimenta sólo de las liebres cazadas por su galgo, desconfía de su entorno, teme ser envenenado? Por lo que colijo, por catas en la narración efectuadas al buen tuntún, quiero decir sin orden, ni concierto, no acierto a ver al galgo por ningún otro lado, nos lo presentas en las primeras líneas, y luego haces desaparecer al cánido como si no importara nada, al menos podrías introducir alguna fiebre en la que desatar la imaginación, con una fábula de corte moralizante, un Dafnis, al uso de tantos escritos edificantes.
Mira Miguel, no quiere hacerte perder más el tiempo, ni que me lo hagas perder a mí, no sirves, esto de la narrativa no es para tí, dedícate a otra cosa, seguro que hay ahí fuera una vocación esperándote, con la que podrás ganar honrada y cristianamente la vida, sólo tienes que encontrar tu lugar en el entramado social de nuestro Gran Reyno de las Españas y provincias de Ultramar.
Lo que sí te recomiendo, es que te dediques a los números, a cosas de Hacienda, veo en esos menesteres de la administración de la cosa Pública  tu futuro, tu pasado de excombatiente es perceptivo para la obtención de un buen remunerado puesto de recaudador, un hábil contable, por demás, por otra parte, el Imperio anda necesitado de buenos escribanos, capaces de redactar informes sin enmiendas o raspaduras.
Déjalo Miguel, déjalo, si quieres comer caliente y ganar un merecido sustento para ti y tu familia.
Déjalo. Dedícate a otra cosa.  

24 de mayo de 2011

Mi Dueña.

Repara, por  un momento, en la sombra de sus párpados que vuelve lánguida su mirada, en una imaginaria invitación a ser acogida por unos brazos, desprendiendo el aroma del amor y el deseo.
Puedo leer una historia, en esas ojeras enseñoreando la cara de la mujer madura, en un semblante surcado por el paso del tiempo.
Puedo leer su historia.
“Sé todos los cuentos, es verdad”
Y me gusta releer los mejores cuentos, esos que se pueden leer escritos en su cara, escritos directamente en su piel, hablados por los ojos, susurrados por sus labios.
La mejor literatura, la obra maestra, que otros no pueden construir, aparece en unos pequeños pliegues a ambos lados de los labios, ahí donde se juntan las comisuras.
En su sonrisa triste, amarga, irónica, divertida, enamorada, contenta.
Lo que puede narrar su sonrisa, lo sé muy bien.
Las historias contadas, en las no dichas, en las sugeridas, en las que copio, y luego, al recitarlas, las escuchas como si no las hubieras oído nunca, como si no fuera tu propia historia.
Escúchame si te digo, amada mía, sólo soy tu secretario.
Transcribo al papel  tus cuentos,  tu propia vida, y es molesto carecer de las suficientes palabras con sus adornos.
Carezco de tonos, de colores, de sabores suficientes…
Carezco.
Falta de expresión, de la digna elocuencia que vos merecéis.
Mi señora, mi dama, mi dueña.

3 de mayo de 2011

Aceite( las consecuencias)

Haré notar que no necesité de un tratamiento prolongado, pues enseguida adquirí peso. Mediante el cotidiano procedimiento de tomar aceite a cuchara… y del gusto por el caldo de rabizas, hojas de los nabos que otros desechaban; con su unto, patata, chorizo, morcilla, tocino, esqueleto de gallina, pedazo carne y un poco de arroz para espesar; todo ello a la olla expres,  y que gire el pitorrillo hasta que llegue su hora.
Era una de mis comidas preferidas y como el pote era grande, teníamos caldo para tres días. Por descontado, adquirí pronto la estampa y el aspecto que se buscaba, adquirí un mejor lustre; a la par que la apariencia propia tomaba un aire de familia, una figura consistente.
Ni que decir tiene, que esa abundancia de carnes planteo alguna que otra dificultad en el colegio.
Los compañeros del cole, siempre dados al buen rollo, (esto último entrecomillado) intentaban hacer chanza de las grandezas corporales incorporadas al entorno óseo. Pero claro, eso quedaba zanjado con algún agarrón que otro.
No recuerdo una pelea a guantazos. Lo cotidiano era agarrarse y forcejear, hasta acabar con el contrario en el suelo y obligarle a rendirse. Algunos se libraban por su presteza en la huida, pero eran los menos.
No se consideraba digno insultar y salir corriendo.
Por esos tiempos, ahora tan distantes, comencé a introducirme en una tierra de nadie, pues siendo a primera vista de tipo gordo, repartía mamporros sin miramientos a diestro y siniestro y con gran habilidad. Y siguiendo la ley del mínimo esfuerzo, los compañeros preferían dar caña al gordo flojo, que darle caña al gordo éste, que no solo te la devuelve, sino que además te puede hacer daño. Así que me quedé en un terreno indefinible, ni gordo, ni flaco: Ni en un bando, ni en el otro.
Para mi oprobio, he de reconocer que por mor de la integración en el grupo, me sumé a la estúpida diversión de darle caña al gordo de la clase. Teníamos dos. Como no le encontré la gracia,  terminé apartándome a la linde marginal, un poco con todos y en el fondo solo y sin nadie.
La destreza en la pelea me evitó humillaciones y me colocaba entre los respetados, un grupo indefinible. En clase teníamos obesos, un afectado de la polio, un pusilánime hijo de mamá pulcro en el vestir y poco dado a los juegos de mozalbetes, otro pobrecito de padres separados, y rayando ya en lo estrambótico había uno que no se quedaba a clase de religión, pudiera ser que sus padres fueran judíos, lo decíamos así: sus padres, pues para nosotros era un compañero más que no se diferenciaba en nada.
El caso es que pese a la positiva influencia del aceite sobre mi salud, a un adecuado desarrollo corporal, a las mejoras en el tono y en el tacto epidérmico. No puedo hablar bien del aceite, “El aceite de hígado de bacalao”
Era repugnante.
Es más siempre lo he ponderado como un excelente medio para la obtención de declaraciones. Si lo tragas sentirás la imperiosa necesidad de confesar.
Estuve tentado todos los días de reconocer mis faltas. Claro que al abrir la boca me metían la cuchara en la boca y  no me daba tiempo a inculparme, ni a someterme para conseguir algo de benevolencia.
Hoy en día para gentes de cierta edad, la simple exhibición de esa botella puede producir regresiones a la infancia de aterradoras consecuencias.

Nota: Algún tipo de ONG’S está solicitando la posibilidad de ilegalizarlo por su extendida utilización en ciertos países, que lo emplean con la malsana intención de sonsacar a los reos sospechosos la declaración de culpabilidad.

6 de abril de 2011

Aceite

Unos años después de la posguerra. Tampoco tantos. Pasamos de un chusco de pan, distraído de cualquier sitio, a la adquisición de una o dos barras de pan en los establecimientos al uso. Dicha barra era conocida con el cariñoso apelativo de pistola y cubría nuestras necesidades. Recuerdo que siempre que me tocaba comprar el pan, pedía una barra de pan, jamás una pistola, lo que en el fondo puede insinuar la naturaleza de mi personalidad o yoismo.
Pregunta: ¿De donde viene el nombre de pistola? ¡Eh!
Mi constitución física escasa, tirando a enclenque, era motivo de preocupación familiar. Y no sé si vía tradición de raigambre popular, o por visita efectuada al médico de cabecera,  se decidió tomar cartas en el asunto.
El caso es que vi un día a mi madre con una botella de cristal que tenía dibujado un pez en su etiqueta, y curiosamente no me sentí atraído por la novedad, lo que me lleva a razonar que en mi infancia disponía de un sexto sentido muy desarrollado.
“La botella de aceite de hígado de bacalao”.
Pregunta: ¿De donde viene el nombre de médico de cabecera? ¡Eh!
Ríete tú de los sesudos dilemas existenciales.
Mi madre, conocida por su predisposición a los planteamientos eficaces, y sin alharacas que distrajeran del motivo principal, esbozó diáfanamente el problema, trazando las soluciones más acordes a la proposición.
Primera opción:
-Tomarás una cucharada al día, para revitalizarte, que estás muy escuchimizado y no querrás ser un alfeñique toda la vida.
-Para ser tan fuerte como tu Padre.
-Para crecer grande y fuerte.
-Porque estás muy débil y podrías pillar alguna enfermedad.
Tampoco creas que se extendió mucho más.
Segunda opción:
-O te lo tomas, o te pongo la cara del revés.
Siempre he sido, desde mi más tierna infancia, proclive al buen razonamiento y a una bella exposición (sobre todo si va acompañado de una gestualidad acorde al paradigma que se quiere transmitir).
Escaso en años, pero no en inteligencia, sea esta normal o la ahora conocida como emocional, decidí optar por la primera opción.
La segunda no me parecía de recibo. Y es que una mirada me bastaba para captar las intenciones de mi madre. Y yo no soy de los que gustan recibir. Y yo con mi madre, era capaz de comunicar casi sin palabras.
Todos los días un mal trago. Hasta acabar existencias.
Intentaba taparme la nariz para tragar aquello, y deglutirlo presto en un intento de no dejar rastros en el paladar. Empeño inútil.
Parece ser que surtió efecto, el aceite, y se veía a mi madre más relajada. Me lo tomo a broma, pero debía ser muy escaso en envoltura, y el color de la tez no cumplía con los presupuestos asociados a lo saludable.
Nunca sabré si el aporte vitamínico y reconstituyente del aceite ese hizo su efecto o, por el contrario, empecé a comer con ansia por no seguir tragando cucharadas de aceite. No entraré en el debate de si fue un efecto orgánico o fruto de la urgente necesidad de obviar la cuchara de marras y su contenido. El caso es, que al poco fui cogiendo una presencia más acorde con la constitución familiar. Fenotipo amplio de tipo extenso. Porque en nuestra familia siempre hemos sido de huesos anchos, y ¡hete aquí! que con poco que rellenes la osamenta adquieres un aspecto considerable, expandido,  a la par que fuerte y recio, como más lucido.
Empero...
El tiempo, los años, y las recomendaciones médicas, me llevaron a recorrer el camino inverso.
El continuo devenir de la vida.



27 de marzo de 2011

PARA RAQUEL


Gacelas en la sabana flotan sobre los pastos.

Gráciles.
Esbeltas.
Elegantes.
Puedes presumir.

R

Los pasos sobre el cemento de la ciudad

impregnan un aliento cotidiano en el plástico de sus zapatos en eterna pelea con el cuero vivo de la piel.
Persisten los aromas que arrostran los aires ponzoñosos
transmutados en fragancias selváticas.
*
Las nubes grises que a veces cubren los cielos por melancolía
intentan siempre ahuecar el cielo y dejar pasar fotones de colores,
y bañar con su luz el tiempo que te toca vivir.
*
Los Auto-predadores ralentizan sus marchas acompasados,
y envidiosos los habitantes de sus entrañas a veces te tocan el claxon.
*
Entre las nubes de smog
y tanto asfalto florecen las palabras con las que nos sorprendes.
Las ingenuas preguntas,
las brillantes expresiones con las que hemos visto como vestías lo cotidiano.
Una arruga de quince años.
Dieciséis, y una marca en la piel
Diecisiete para pasar un año.
Con dieciocho oficialmente adulta – fea palabra cuando a veces queremos volver al regazo de mamá.
Diecinueve, y la prueba del nueve.
El tiempo dividido y repasado, seguro que funciona bien.
Solitaria la labor de cubrirse con la piel de otros, sacar la empatía a pasear y regalarnos con palabras, ideas, locos amores o ternezas para los corazones dolidos.
Inmenso.
Es compartir, es ayudar a sentirnos mejor.
Soñar para ser felices.
*
Los trabajos del juglar devienen hercúleos esfuerzos de aprendizaje
y no son ponderados con el suficiente apoyo,
tan necesario para el propio yo,
y sus ganas de afecto imprescindible para seguir los pasos elegidos.
Olvidada de los dioses, ignorada por los mortales encerrados en sus ensimismamientos cotidianos.
*
Es tan difícil perseverar y el deseo de cantar amor a los vientos de las ciudades grises,
o en los campos donde antaño saltaban como gamos nuestros ancestros,
y esa necesidad de contar historias,
de hacer reír,
de hacer llorar,
de enamorarlos con sorbos de palabras, de gestos,
con la sutil insinuación de un guiño al corazón,
con el exabrupto brutal removiendo las conciencias
distraídas en su cotidiana pereza.


Has de saber que te queremos y que por el rabillo del ojo te espiamos
Por algo tan simple como que nos haces felices
Sí nos ves distraídos no es otro el motivo que una timidez,
ese pudor alrededor nuestro,
la circunspección propia de la edad provecta o la mera abundancia de arrugas.
Eres la alegría.
Eres tú.



Suscriptores  por orden alfabético.

La Santa y el Inverosímil.

11 de marzo de 2011

El Azadón

Con el certero golpe de azadón en la tierra se va destripando terrones. El propio movimiento genera, en sí mismo, insólitas durezas en palmas y dedos, a la sazón, algunos las conocen como callos.
Endurecimiento de las manos que “laburan”,  incluso entre los dedos despunta un principio de “bóchiga”.
Como lo expresaría, a fin de cuentas es un aviso, una forma de comunicación de tu cuerpo con tu mismidad o yo interno. Es forma sutil de expresión: “Te estoy avisando, o paras, o esto te va a doler”.
En insoslayables momentos recurres al botiquín doméstico: esparadrapo, tiritas y la sacrosanta aspirina. El escozor no te permite disimular con un aquí no ha pasado nada. Tamaña rozadura requiere una atención inmediata, imprescindible, cuidadosa, un saneamiento de la zona afectada, pulcramente, eficazmente.
Es el momento de preparar un remedio casero. Partes una aspirina en cuatro trozos, un pedazo lo pegas a la piel sensible,  para sujetarlo utilizas el esparadrapo, que enganchado al dedo se extiende en grácil giro por toda la mano en un par de vueltas, afianzándolo para evitar su caída.  Un vendaje semiprofesional. Además, cualquiera que te vea de esa guisa, no osará pedirte que le prestes una mano, pues entiende  que estás malito. ¡Heroico!.
Los otros tercios, a saber, los ingieres sin remordimiento, por mor de aprovechar el acetil, y porque tiene fama de calmar molestias, todas las molestias.
Orgulloso, te explicas a quién quiera oír el lance. Repites hasta la saciedad lo ocurrido.  Lo narras con todo lujo de detalles, el movimiento, el roce del mango en tus manos, como levantas el utensilio por encima de tu cabeza para dejarlo caer sobre la tierra, el acero hendiendo el suelo de la parcela, el rebote cuando topas con una piedra... Minuciosa narración para el nacimiento de una vejiga, la dureza formándose, y el callo por salir. 

Lo rematas con una descripción del sudor perlando la frente,  insinuando en plan conocida marca de refrescos.
Tienes que tener cuidado a quién se lo explicas. En el pueblo las risas son carcajadas, y tampoco es cuestión de menoscabarse. En la oficina eres un Titán, un Hércules, el Protagonista, y se lamentan contigo. Incluso se ofrecen a echarte una mano en el manejo del teclado, o en el cansino trasiego de papeles entre las mesas de la oficina. Se detecta un puntito de envidia hasta en los jefes. Y me pavoneo como venido de una batalla, y muestro la herida, y el pecho más amplio que de costumbre, y la cabeza estirada a punto de desbocarse del cuello, la espalda recta, el porte gallardo, y una mirada displicente sobre los demás mortales.
Ante la expectación surgida estoy tanteando la posibilidad de crear una comisión especial, encargada de formar a un grupo de acción, con el objetivo de efectuar una intervención. Un selecto grupo de compañeros. Podrían entrenar en las labores propias de jardinería. El gran entusiasmo desatado ante la mera posibilidad teórica me obliga a la realización de un protocolo de actuación imprescindible.
Inciso.
Debo frenarlos, primero debo hacer acopio de material. Las azadas o cavaderas, junto con escardaderas o almocafres, y demás elementos para acometer la tarea, con el  vigor y la firmeza requeridas. Aparte de considerar un conveniente escalonamiento de las visitas, con el objetivo puesto en la consecución de un jardín de aspecto y textura acorde al lugar, que no sea un mero revoltijo de tierras y piedras sin orden ni concierto.

Puedo parecer un poco pusilánime, al final me he comprado unos guantes de jardín, en la ferretería del  rey-mago.

23 de febrero de 2011

COLECCIÓN OSCURA Nº -

Los pasos y el miedo

Amplias caderas y  paso firme. Deambular por los enlosados suelos de la ciudad.
Los tacones golpean el suelo decididamente.
Es una advertencia: “No tengo miedo. Aquí estoy yo”
La falda un poco ajustada, esto ... , en realidad muy ajustada. Una concesión a la moda y a las exigencias de la oficina. Buena presencia, nivelazo. Autoafirmación de su propia importancia: “Los clientes confiarán en nosotros por nuestro aspecto formal y trabajador. Hay que mover muchos papeles. Hay que descolgar mucho el teléfono. Si suena, mejor que mejor”.
Una larga y dura jornada, muchas reuniones, muchos clientes: “Encima hoy con el coche en el taller”.
Una huelga ilegal de taxistas: “Hay que regularlo, no se puede estar a expensas de un grupo de vándalos”.
Una estación de metro: “Como si no fuera bastante el tener que utilizarlo”. La deja a más de seis minutos de su casa.
“A estas horas no se ve nadie en la calle”.
Los bloques de edificios se continúan, grises unos, otros llenos de colorines, vacíos y solitarios. Las casas, los pisos del nuevo barrio, con piscina comunitaria y spa. Nada que ver con el bullicio del centro donde siempre hay gente en los bares, donde hay  pubs, alguna cafetería, una tienda y otro bar.
Los propios pasos golpeando la acera producen un poco de miedo. Por eso a veces se para, por sí no fueran los suyos
“Que extraño, no hay ningún perro paseando a su dueño”.
No- tacha eso- No hay ningún amo paseando a su perro, bolsa en mano, correa extensible y tiritando, pues hace frío.
Hay sombras, de las huidizas. Las umbrías formas de las ramas de la flora de los jardincillos que bordean las casas. Una ligera corriente de aire mueve las hojas reflejando en las paredes garras, fauces, el Nosferatu, las pesadillas.
Hace rato que no ha pasado ningún coche: “¿Quién dice que Madrid no duerme?”. Más que dormida parece una ciudad desolada.
Los tacones golpean el suelo, con acelerado ritmo, cada vez más nervioso. Da miedo el propio repiqueteo del tacón sobre el cemento. Se atrevería a pararse, saber si sólo son sus pasos. Se giraría sobre los altos tacones, mirar de frente la silenciosa noche, a esas horas en las que la luz alumbra menos.
Una sombra le produce un vuelco en el corazón, sólo es un volandero trozo de papel, que esa mañana fue periódico.
No hay nadie. No se ve a nadie. Pocas luces en las fachadas. En las ventanas más altas parece notarse un ligero vaivén en las cortinas, fruto de una ilusión óptica, más que de una certeza.
Se la oye caminar de puntillas, a pequeños saltitos. Quiere salir corriendo y su traje no la deja.  No se atreve.
Hay algo ominoso en el tiempo que la rodea.
No hay nadie en la calle, las casas parecen sin vida. Noto su miedo.
El miedo tiene olor.
El corazón acelerado pugna por salir del pecho y huir.
¡Tanto silencio!.
Seguiré su olor. La dejaré partir. Correr incluso a su refugio.
Y me alojaré en mi rincón, a esperar tranquilo. Siempre me reclaman: ante un ruido, una sombra, una noticia.

Adictos al miedo


7 de febrero de 2011

Semáforo

Un hombre pide limosna en un semáforo. Se balancea sobriamente sobre muletas de aluminio. Es la tarde noche de una ciudad construida en ladrillo y asfalto.
Colgado de sus dos muletas. Se balancea sobre una pierna, la otra claramente se ve cercenada por encima de la rodilla. Hay un ligero temblor en sus ademanes. Piensas que es frío, piensas que es el mono.
Se acerca a los coches con un vasito de plástico, en cuyo fondo, dos monedas aisladas esperan a otras que les hagan compañía.
La pierna perdida acaba en un muñón vendado, marcado por el tono marrón de su propia sangre. Manchas de color de una herida todavía sin cicatrizar.
Se abre el semáforo. Al cruzar la calle se cruzan las gentes procurando no mirarle, y con ello no verle. Es posible que si no le miras no se acerque.
Acechando a los vehículos. Ese hombre pide limosna moviéndose con sus muletas. Sólo una pierna entera, la otra ausente por encima de la rodilla. Le eres indiferente, sólo se acerca a los vehículos parados, agitando por la ventanilla su vaso con dos monedas.
Sobre un muñón vendado y sucio, con restos de manchas de una herida que sigue supurando sangre y pus. Al lado un semáforo en la gran avenida de las afueras de la ciudad.
El invierno que nos visita corre por la calle, cortando caras con el frío filo del sable invernal.
La avenida de la gente escondida. Algunos la caminan, por necesidad, por algún deber inexcusable, al encuentro de una cita.
El trasiego constante de coches nos hace reconocer la ciudad. Es el tráfico.
La escasa luz anuncia la noche. A lo lejos unos jóvenes bailan la danza del frío.
En este semáforo, entre un rojo y otro, espera de pie, sostenido por sus muletas. Las manchas de su vendaje son cada vez más evidentes. Los peatones siguen su camino sin mirar atrás, con el paso más vivo, producto del frío y de la cobardía. Ese lisiado da miedo, aterra a todos los que no queremos verle.
Abandona su guardia cuando los coches se paran ante su semáforo en rojo. Siempre vuelve a su puesto, de centinela: Ida y vuelta, desde el rojo al verde, y vuelta a empezar. 
Agita su vaso de limosnas en la ventanilla de todos los coches.

Un viandante cruza rápido camino de un funeral.

24 de enero de 2011

El Incidente

De pequeño, apenas un niño de seis o siete años, iba a la escuela para descifrar los primeros signos, las letras. Una etapa aburrida, esa de adquirir conocimientos.
Vivía en un piso abuhardillado. Un espacio que mis padres tras ímprobos esfuerzos habían adquirido. Primero comprar y luego adecentar con paredes y solados, con estucos en el techo que rozaban las tejas y se pegaban a las vigas de madera. Teníamos como todo lujo una bañera que yo no utilicé hasta época tardía.
A mí me bañaban en el fregadero los domingos.
Me metían en la pila que a un lado disponía de acanaladuras donde restregar la ropa, y allí, jabón  lagarto en ristre, me restregaban a mí, sacando la mugre acumulada durante la semana. Esta labor era realizada por alguna de mis madres indistintamente, mi madre o mi madrina. No teníamos agua caliente y calentábamos la necesaria sobre el fogón de la cocina. Una cocina de hierro forjado alimentada por carbón o astillas de madera, según dispusiésemos de un material u otro.
El siguiente paso era ponerse la ropa limpia. Tarea que hacían ellas mientras me secaban cuerpo y cabeza, frotando bien, hasta quedar bien seco, no fuera a coger frío.
Listo y preparado con la ropa de domingo aparecía mi padre y de su mano salíamos para oír misa, y después un paseo cuando el día era soleado.
Una vez de ésas que son desafortunadas, quedó mi padre en el bar tomando un chato, y para distraerme pedí permiso para cruzar la calle y jugar con otros críos que conocía.
Un chaval disponía de un ingenioso artilugio en forma de arco no mayor que la mano de un adulto, y que en su centro tenía habilitado un hueco por donde pasaba un punzón, cómo una flecha sin alas. En su extremo una punta que se podía hincar en la madera de alguna diana improvisada.
Me acuerdo de cruzar las manos delante de mi cara y decir: No tires. Así me creí protegido. Ocurrió entonces el incidente, el chaval disparó su arco con la intención de que pasara volando por encima de mis manos y de mi cabeza. Pero la tecnología no era todavía una característica de los tiempos, y el dardo, superadas por encima las defensas de mis manos, cayó, directamente sobre mi ojo derecho, golpeando mi párpado, y aunque no traspasó la piel hasta la pupila, impactó en ella originando lo que luego conocí que se llamaba una catarata traumática que al poco negaría la visión al ojo derecho.
Me quedé tuerto, con mi globo ocular y sus aditamentos, pero sin vista.
El diagnóstico ocurrió meses después, en una consulta médica a la que asistimos unos centenares de niños, y en la que unos señores con bata blanca miraban los ojos  a los chicos por turno.
Me llevaba mi madre de la mano y estuvimos esperando en  fila a que nos tocase el turno. Éramos muchos esperando poder pasar ante el tribunal de los ojos, desfilábamos ante los galenos un montón de críos con sus madres.
Llegó mi turno y a simple vista el docto individuo no vio nada, pero como mi madre le insistía que su niño no veía bien de ese ojo, fue entonces que decidió mandarme hasta otra mesa de la gran sala, donde me echaron unas gotas, y tras esperar pasar a un despacho donde otro individuo. Éste con pinta de médico insigne, diagnosticó una catarata traumática y por consiguiente la perdida de visión del ojo derecho. Para siempre.
Y hala, para casa.
Tengo la vaga noción de un consejo de familia en el que yo era el tema. Mi ojo derecho en concreto. Se tomó la decisión de ir a la consulta de un médico privado, pues éstos merecen más confianza. Creo que este es un axioma universal: médico con consulta propia es buenísimo; y no te digo sí tiene una clínica, los otros, son más médicos en zapatillas.
Mis padres hicieron un gran esfuerzo económico, además de conseguir, de fuentes de toda confianza, la dirección de un gran oftalmólogo. Obtuvimos una cita para su consulta.
Nos dijo lo mismo.
Y desde los siete años solo puedo ver con mi ojo izquierdo.
El otro día me dio por  pensar que eso decantó mi pensamiento, pues a partir de entonces, tuve una visión de izquierdas.

16 de enero de 2011

Diario de un Taliban 4

LAS CAPAS DE UNA CEBOLLA


Desde muy pequeño he odiado la cebolla, su textura en los labios, suave y al mismo tiempo firme, impelía en mí la necesidad de arrojar.
         Había algo peor y era sentirlo en el paladar o cercano a la garganta, un trozo de cebolla en cualquiera de sus formas preparadas, sea cocida, sea frita, sea en crudo, entonces lo inevitable. La arcada imprevista que revolvía todo mi cuerpo en una nausea prolongada, intensa, espasmódica, lacerante a mis entrañas. La nausea superior, la supernáusea, la que dejaba a Sartre como un filósofo pusilánime sin sustancia.
          
         La enfermedad y los años trajo consigo la kafkiana transformación. El aprecio, el gusto por este producto de la tierra con el que se aderezan tantos platos.
         Y mi intelecto se pregunta: ¿Porqué me gusta ahora tanto la cebolla?
         -¡Con lo que yo la he odiado!.

         Insértese el poema de Miguel.


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         Mafalda perdóname, siento que te he traicionado.
         Aunque tus problemas eran con la sopa.
         ¿Mafalda, ahora de mayor, te gusta la sopa?.